martes, diciembre 27, 2011

Muñecos de papel

Julio, 2008.

Camila caminaba apresurada hacia la heladería cuando lo vio: él estaba parado en el centro de la pileta. Era un chico. Tendría quince, dieciséis años. Tenía el pelo negro, los ojos grandes y usaba lentes. De pronto, miró fijamente a Camila por unos segundos. Confundida por aquella mirada, Camila empezó a caminar más despacio, sintió que hubo algo que la impresionó. Entonces corrió hacia la heladería y pidió lo primero que se le vino a la mente: un cono de chocolate. Luego regresó por el mismo camino que la conducía a la pileta. Llegó hasta donde estaba aquel chico y empezó a dar vueltas en su mismo sitio, caminando despacio y lamiendo su helado sin ningún apuro. Él miró a Camila y le sonrió. Ella se sintió avergonzada. Tres o cuatro minutos después decidió marcharse de allí y olvidar su corazonada. Caminó sin saber a dónde iba. De pronto, mientras caminaba, se percató que alguien estaba a su lado, muy cerca, caminando a su ritmo.
–Hola –le dijo, avergonzada.
–Hola– dijo el chico, sonriendo tímidamente.
 Tenía la voz muy suave.
– Estabas en la pileta, ¿verdad? Seguro esperabas a alguien. – le dijo Camila, sintiendo que había sido muy directa.
– En realidad, sí, pero creo que ya no importa ahora. – dijo él–. ¿Cómo te llamas?
– Camila– dijo ella–. ¿Cómo te llamas tú?

–Leonel.

–Tu nombre es de grande, pero eres muy joven para llamarte así .

Leonel sonrió. Ambos caminaban a paso lento mientras veían sus sombras reflejadas en el suelo del centro comercial.
–¿Te gustaría sentarte? – preguntó Leonel –. En la banca aquella, señalando la que estaba rodeada de flores.
–Yo sólo me siento con mis amigos –dijo Camila.
–Sí, esa es una buena respuesta –dijo Leonel.
–Además, no somos amigos.
–No te preocupes. Yo sólo quería mostrarte mis dibujos, los acabo de terminar.
Leonel bajó su mochila de los hombros y sacó tres papeles enrollados. Empezó a abrirlos sintiéndose muy orgulloso de ellos.
–En las bancas te sientas sólo con tus amigos, pero, podrías sentarte en el suelo conmigo – le dijo a Camila–. Quiero que veas un dibujo especial.
–Bueno, está bien – dijo Camila, mientras sonreía y las mejillas se le ponían color rosa.
A ella siempre le habían gustado los dibujos a mano.
Se sentaron en el suelo, cerca a una cafetería. El olor a café les agradaba.
–Este dibujo lo hice pensando en nadie – dijo Leonel, mientras le mostraba el retrato de una niña de cabellos negros, ojos pequeños y mirada lánguida.
–Cómo, quieres decir que no es ni amiga tuya, ni de una foto, ni nada –dijo Camila.
–No, ni lo uno ni lo otro.
–Y cómo la llegaste a dibujar.
–La verdad, empecé a dibujarla casi sin darme cuenta, como si hubiera estado siempre en mi memoria, como si ya la hubiera visto antes – dijo Leonel, con un brillo especial en los ojos.
Camila se había dado cuenta la muchacha del dibujo era muy parecida a ella y se sintió extraña. A ella también le brillaban los ojos y le estallaban las mejillas. No entendía por qué Leonel había dibujado a alguien tan parecida a ella. No entendía por qué justo cuando iba a la heladería tan despreocupada, tuvo que verlo y sentir esa corazonada que la llevó a sentarse en el suelo. No entendía a toda esa gente que le había dicho que el amor a primera vista no existe.
–Camila, no quería incomodarte con esto– dijo Leonel, sintiéndose culpable de la mirada perdida de ella.
–Sólo quería enseñarte el dibujo y de alguna manera entenderlo.
Ahora Leonel se sentía extraño. Nervioso. Hablaba tartamudeando algunas palabras. Estaba seguro que la muchacha de su dibujo era Camila. Estaba seguro que el amor a primera vista sí existe.
Aquella noche, Camila no pudo dormir. Se levantó de la cama descalza. Se tocó las mejillas. Se dirigió al espejo de su tocador. Se vio fijamente a los ojos, luego los cerró suavemente tratando de buscar a Leonel. Entonces sonrió pensando en que tal vez él la estaría dibujando.

viernes, diciembre 23, 2011

Confesiones de invierno



Desde entonces tengo su imagen en mis pupilas dilatadas. Desde que se acercó tímidamente a darme un beso en la boca. Yo sentía miedo de él, de su boca y de sus besos; sumergirme en sus labios, nadar en sus adentros. Aquella noche corría vientos que golpeaban con desdén mi sentido de culpa. Él también lo hacía quizá sin darse cuenta, no entendía por qué lo rechazaba; yo tampoco. Se acercó más de una vez pero siempre adelanté mis manos en su pecho. En el último intento, me tomó las manos y me abrazó suavemente recostando su cabeza en mi hombro. Los transeúntes curiosos nos miraban sorprendidos mientras nos reíamos de nosotros mismos.

***
Mientras lamía el chocolate de mis dedos, me preguntaba qué estaría haciendo él. No lo veía desde aquel otoño taciturno, perfecto escenario que había resultado de nuestras peleas. Habíamos aprendido a contar cada uno de nuestros defectos. Lo condenaba a escucharme. Luego me invadía el miedo. De no poder detener mi lista de expectativas y desengaños, de comparaciones. Miedo de su corazón herido. Mientras seguía relamiendo mis dedos sin chocolate, me di cuenta que en realidad tenía miedo del tiempo y la distancia.

***
Lloramos mucho aquella noche. Sentados en el suelo, con las manos entrelazadas y los corazones ansiosos. Lloramos de felicidad. De Amor. Nos abrazamos el alma de tal manera que nuestros cuerpos llegaron a estorbar. Desde la ventana veía el mar puro con aguas sosegadas y luces amarillas alrededor, probablemente eran las hadas. Probablemente era la magia. Probablemente eran sus besos.

***

Prometimos pasar ése verano juntos, pero aquella tarde la promesa de cristal se rompió resonando una y otra vez en mis oídos. Su papá lo había llamado diciéndole «tienes que volver a más tardar mañana mismo». Le dije que no lo necesitaba. Intentó calmarme. No lo escuché. Colgué el teléfono y me acerqué a la ventana grande de mi sala. Miré el cielo despejado. Rompí la carta que me había escrito aquella tarde y la lanzé al viento. Luego me puse a llorar.

miércoles, diciembre 21, 2011

BIENVENIDOS

De noche es mejor. Mi vida noctámbula empezó hace algunos años, cuando se fue la luz en mi casa. Sentí desesperación, deseos de llorar, de salir. No me había sucedido antes. Así que para tranquilizarme mis padres se quedaron conmigo esa noche, en mi cama. La sorpresa fue que no lograron ni tranquilizarme, ni que me duerma. Ellos se durmieron. Ya no importaba en ese momento, su presencia me bastaba. Me di fuerzas. Así que decidí buscar un punto en la oscuridad y entretenerme hasta que mis ojos empezaran a parpadear más lento. Buscando aquel punto empecé a recordar momentos de aquel día, palabras que no debí decir, cosas que tenía que hacer. Situaciones felices. Bochornosas. Épocas escolares. Empecé, sin proponérmelo, a contarme mis días. Mientras lo hacía, me reía de cada cosa que me había sucedido, lo disfrutaba; en mitad de la algarabía de mis recuerdos convertidos en personas, me quedé dormida. Sosegada. Feliz.

De noche es mejor porque me siento lúcida. Natural. Porque puedo lanzar suspiros de desencanto. Porque me infunde valor para golpear con palabras. Porque el tiempo de noche es más fugaz y ya no camino, corro. Porque puedo amar libremente. Porque encuentro sosiego. Porque voy desnuda y descalza. Y así soy feliz.

***

La idea ya me iba rondando, así que ésta noche decidí volver. Abrí éste blog con el sincero propósito de escribir y fotografiar; como la mayoría de personas que abren uno, para hacerlo mi diario personal. Lamentablemente las responsabilidades universitarias tuvieron todo mi tiempo. Es gracioso escribir 'responsabilidades' porque jamás las he cumplido. Pero ése es otro tema. Ahora, ya de vacaciones, estoy haciendo las pases con un gran amigo al cual abandoné y al que pienso retribuirle dedicándole mis noches: mi querido blog.
Éste es un espacio en donde escribo y cuento. Donde comparto y donde me gusta que compartan. Disfruto leer lo que otros escriben y es halagador recibir cualquier sugerencia respetuosa. Estoy feliz como una lombríz. Éste es mi primer borrador, y espero que les haga reír, mucho.

domingo, julio 31, 2011

Por favor, no interrumpir, tengo un blog.

Como sea. Digamos que escribo, que me gusta contar. Como el niño que corre y con palabras entrecortadas te cuenta una a una todas sus hazañas. Con entusiasmo. Casi sin aliento. Masomenos así. Como buena cuentista, la curiosidad también me mata. Así que otra buena cosa que disfruto es poder leerlos y leerlas.  Acabo de terminar mi ciclo en la universidad y muy aparte de lo extraordinario e ínfimo que me fue, tengo tiempo para poder retomar mi pequeño y querido blog. Tengo mucho que contar, así que le pedí al chapulín colorado un reloj para poder fijar mis horas. Escribiré más seguido ya no sólo los domingos. A partir de mañana el blog tendrá un cha chá nuevo y mucho blablablá. Si les interesa las historias ajenas, las divagaciones y los espejos, bienvenidos.

sábado, mayo 21, 2011

Feliz, Bob Dylan.

"Amor es todo lo que hay, lo que hace al mundo girar, amor y sólo amor, no puede negarse. No importa lo que pienses, no serás capaz de hacer nada sin él"

Bob Dylan.

Es sábado. Tres de la tarde. El clima está rico, como un chocolate caliente; el aire golpea fuerte mi cara, lo disfruto. Estoy en clase desde las siete de la mañana, tuve un receso para almorzar, mi digestión es lenta, mis reflejos también, acabo de chocar y me dolió. Sigo en clase. Estoy tarareando algún tema de Bob Dylan, tarareando en mi mente, porque no soy buena en ingles, no me gusta en realidad, pero me gusta Bob y por él, mi mente canta en ingles. Es un grande, como pocos. Músico. Cantante. Poeta. Ya se acerca su cumpleaños, el día 24. Feliz próximo cumpleaños Bob. Hoy, en especial, recuerdo tu énfasis en el amor, y te digo, que siento Amor, y por eso, me siento viva; aunque el cansancio me llega, le tengo Amor a esto, sentimiento genuino, y eso ya es todo, me siento más viva que nunca. Larga vida para ti, Robert Allen Zimmerman, mi querido Bob.




Fotos extraídas de internet.

domingo, mayo 15, 2011

Los chicos del tercer piso.

Anoche soñé que me corté el dedo índice. Yo estaba en una oficina desconocida y caminaba apresurada llevando documentos a otra oficina y de pronto, en ese vaivén de mis manos, me corté el dedo con una revista que tenía las orillas hacía arriba y estaba en una caja, cuadrada, bastante alta, muy bien cuidada, que chocaba facilmente con mis manos. Mi dedo empezó a sangrar, me puse nerviosa, el rojo me pone nerviosa. Me quedé mirándome el dedo mientras la sangre salía lentamente y el rojo se iba extendiendo de a pocos, de pronto se puso todo negro y recuerdo que ya estaba en otro lugar.
Me encontré en un internado, de tres pisos, yo ocupaba el segundo, me encontré con Gelen, mi mejor amiga de la universidad, era mi compañera de habitación. Qué genial será todo esto, pensé. Luego, salimos del cuarto y caminamos por el ,bastante espacioso, segundo piso y nos encontramos con Katty, otra buena amiga de la Universidad, nos saludamos, nos reímos y ella nos contó que el tercer piso sólo era habitado por estudiantes varones.. Hombres de los cuales teníamos que cuidarnos, no porque sean peligrosos, si no porque en el internado estaba prohibído que chicos y chicas conversen, sean amigos y más aún, estaba totalmente prohibído que alguna de nosotras suba para allá. Me reí y me pareció totalmente excitante. Lo que me había dicho Katty resultaba ser esa sustancia que estimulaba la actividad de mi organismo. Actividad desobediente. Totalmente deliberada.
Luego, dispuesta a romper las reglas, le dije a Gelen que teníamos que ir a conocer el tercer piso, sin titubeos ella aceptó. Ella es como yo. Yo soy como ella. Fuímos con pijama y con una cola de caballo que nos hicimos mientras subíamos las escaleras. Llegamos. Nos tomamos de la mano y nos reímos despacio. Caminamos hacía los dos cuartos que estaban delante, los dos estaban abiertos. Nos concentramos en el primero. Nos paramos en la puerta. Habían dos camas, ambas estaban destendidas. Nos gustó. Escuchamos risas lejanas. Los chicos estaban en el balcón. Nos acercamos despacio al balcón y los vimos. Eran dos y estaban conversando y riendo. Eran bonitos. Nosotras teníamos dieciséis años y ellos nos hacían sentir nerviosas. Tenían dieciséis también. Luego, bajamos al segundo piso y nos reímos tanto que terminamos tiradas en el suelo, totalmente en silencio y empezó a sonar una música de fondo, una de Miguel Bosé, si tú no vuelves. Yo podía vernos, desde el techo, las dos tiradas y pensando en los chicos del tercer piso.
Después de tanto pensar, le dije a Gelen que debíamos volver, que seguro los chicos seguían en el balcón, que quería conocer el tercer piso sin que ellos se den cuenta. En realidad, yo quería que ellos nos vean, quería verlos, sólo eso, luego me iría a la cama tranquila. Nuevamente, sin titubeos, Gelen aceptó. Sentía exactamente lo mismo que yo. Así que regresamos, subiendo despacio la escalera. Llegamos y los cuartos seguían abiertos. Nos volvimos a concentrar en el primero. Entramos y dijimos : hola, mientras nos tomábamos de la mano y nos reíamos apenas. Caminamos más y vimos las camas destendidas, nos volvió a gustar, lo volvimos a comentar. Luego empezamos a dar vueltas observando todo del cuarto, detalle por detalle. Tenía una gran ventana. La luna se veía preciosa. Reluciente. Parecía novia. Caminamos hacía el baño, estaba limpio, tenía un olor agradable. Regresamos a las camas destendidas, dábamos la espalda a la puerta y empezamos a reírnos. De pronto, escuchamos una voz diciéndonos: ¿quiénes son ustedes?. Era una voz muy varonil. Luego, escuchamos otra voz, más varonil aún, diciéndonos: ¿qué hacen aquí?. Gelen y yo nos tomamos de la mano, asustadas y nerviosas, volteamos y los vimos. Gelen miró al que tenía las cejas pobladas y negras, más negras que el cielo de noche. Yo miré al que tenía ojos pequeños, un poco rasgados. Ojos negros. Me gustan los ojos negros y pequeños. Nos quedamos mirándolos en cámara lenta. Me sentí extraña. Me sentí enamorada. Tenía dieciséis.
Cuando nos dimos cuenta de la realidad, tomadas de la mano, nos fuímos corriendo, pasando por ellos y empujándolos. Bajamos las escaleras apresuradamente. Estabamos descalzas. Llegamos a nuestro cuarto, saltamos a la cama, tomamos cada una su almohada y nos empezamos a reir como locas.
Salimos del cuarto y nos encontramos con Katty, empezó a decirnos el programa de la semana, a qué hora nos levantaríamos, qué materias íbamos a estudiar cada día, sólo asentaba la cabeza y pensaba en el chico del tercer piso. En sus ojos pequeños. En sus ojos negros. Tenía un sentimiento parecido al amor.
De pronto, salió de una puerta, Fito Paez, caminó hacia nosotras dando pasos largos. Era alto, flaco, con barba. Senti temor. Se acerco y me tomó de las manos. Puso la suya en mi cintura mientras colocaba la mia en su hombro. Luego me tomo la otra mano cogiéndome sólo el pulgar y me empezó a llevar en el baile. Lo hacía muy bien. Yo tenía dos pies izquierdos. Bailamos por todo el segundo piso mientras Gelen y Katty nos miraban desorientadas. Luego, después de darme varias vueltas, me dejó y se fue. Tenía un sabor agridulce en mis labios. De pronto se puso todo negro. La película se terminó.

Desperté con la cabeza pesada, mis pensamientos parecían un yo-yo, iban y venían. Intenté dormir, ya no pude. Me quedé en la cama, tirada. Pensando en el sueño. Trate de decifrarlo yo misma. No llegué a ninguna parte. La única teoría que tenía es: si piensas mucho en algo antes de dormir, seguro lo sueñas. Yo no había pensado en nada de lo que soñé, entonces la teoría era una falacia. Me sentí burlada.

En ese momento, tuve muchas ganas de tener dieciséis y estar en ese internado. Conocer al chico del tercer piso. De ojos pequeños. De ojos negros.


Si tú no vuelves - Miguel Bosé.
Canción de los chicos del tercer piso.

domingo, abril 24, 2011

PARTES DE MI CORAZÓN.

UNO, REYNA.

Cuando Reyna llegó a nuestras vidas, yo tenía nueve años. Era la primera de la familia que caminaba en cuatro patas. Era preciosa. Yo la recuerdo así a pesar de no tener pedigree. Cuando llegábamos a casa, ella movía la cola que parecía que saldría volando como boomerang, levantaba sus patitas delanteras y las apoyaba en nuestros muslos dándonos la bienvenida y esperando que en respuesta, le acariciemos la barbilla. Esto era especial para nosotros, porque era la primera vez que sentíamos una muestra tan genuina de cariño. Cierto día, llegó a casa una amiga de mi mamá que tenía una hija de poco más de cuatro años, mientras ella jugaba conmigo y nos reíamos fuerte, en un momento inesperado donde ni siquiera la sentimos llegar, Reyna le mordió el tobillo y la hizo pasar de la risa al llanto. En ese instante, descubrimos que no se llevaba bien con los niños. No le gustaban y estaba en todo su derecho de escojer a sus amigos. Ponía sus reglas y eso me gustaba. Sin embargo, ella resultaba ser muy noble cuando recibía órdenes, muy dulce cuando veía a alguno de nosotros llorar y muy leal cuando sentía que algo la podía alejar de casa. Con Reyna descrubrí que el amor no sólo tiene forma humana. Ella se fue cuando más la amaba. Aquella mañana, cuando veía que la enfermedad la carcomía por dentro y ya no comía ni bebía nada, me rehusé a dejarla ir, me despedí de ella como lo hacía todos los días antes de salir a clases. Estaba consciente que pronto se marcharía y paradojicamente sentía que faltaba mucho para eso. Creía en los milagros y en el cándido pensamiento que la medicina la podía salvar. Cuando regresé de clases, ya se había ido. En ese instante sentí un deseo incontrolable de querer tenerla en mis brazos, acariciarla, agradecerle por esos trece años maravillosos a su lado y pedirle perdón porque pudimos haber hecho más para que aún esté con nosotros. Cuando hablo de ella, mi carácter pusilánime sale a flote. Con ella puedo describir que se siente el Amor y que se siente la muerte. La hecho de menos.

DOS, FIDO.

No recuerdo haber conocido a alguien más educado y refinado que Fido. Era un pekines de aproximadamente tres meses. Cuando llegó a casa, todos le dimos la bienvenida con abrazos y frases alagadoras. Hice un horario de sus comidas, compré hígado y robé leche de la refrigeradora para que tenga un banquete. Era, literalmente, un rey. Cuando escuchaba una voz o veía una figura extraña, ladraba descontroladamente y eso me molestaba un poco. No era noble, más bien era orgulloso del pedigree que tenía. Cuando llegaba mi abuelita la mirada mal, como preguntándose qué hacía ella aquí, no me gustan las visitas. Y precisamente, fue ella quién encontró su cuerpo tendido, tieso, sin aire, en el fondo de la casa, en un patio que ahora ya no tenemos. Jamás supimos qué le pasó, la única hipótesis que se encontró fue que le dio un infarto y dejó de respirar. Me sentí más consternada todavía. Fido sólo se había enfermado una vez en sus casi dos años, por qué entonces le vendría un infarto de manera tan abrupta cuando había estado de lo más saludable horas antes. No era justo. A pesar de su carácter malhumorado, que me hacía recordar a gruñon, uno de los enanitos de Blanca Nieves, Fido lleno un espacio de mi corazón que estaba separado sólo para él. Han pasado casi diez años y lo recuerdo perfectamente como si fuera ayer.

TRES, PELUCHE.

Peluche llegó bautizado con ese nombre. Tenía seis meses cuando un amigo nos pidió hacerlo parte de la familia, porque por su tamaño y siendo un samoyedo que crecería más, ya no lo podían tener en su casa. Mi hermano y yo nos enamoramos de sus ojos negros, de su pelaje blanco, de su tamaño y de su caracter tan infantil que inmediatamente dijimos que sí. La primera vez que llegó, sacó las medias, las sacudió fuertemente y las regó por toda la sala. Me sentí orgullosa de él. Era un cachorro y hacer esas cosas eran naturales, vivía su etapa como tenía que vivirla. Cuando llegaba a casa, Peluche se parada en dos patas y casi lograba alcanzar mi tamaño, entonces le tomaba una de sus patas y la colocaba en mi cintura y la otra la entrelazaba con mi mano y comenzabamos con el baile. Otras veces, me tiraba en el suelo, me soltaba el cabello y lo sacudía gritando : Peluche, Pelu, uju. Y él corría con tanto ímpetu que se abalanzaba sobre mi, me mordía con locura y con delicadeza que lograba hacerme cosquillas, al final terminábamos los dos abrazados mirando el techo y sintiendo los latidos apresurados de nuestros corazones. Pasamos buenos momentos. Maravillosos. Hasta que se enamoró. Mi mamá ya lo había dejado salir a visitar a su primer amor que vivía en la esquina de mi casa. Pero una maldita tarde, mi hermano olvidó recojerlo y entonces, algún individuo abyecto lo robó, arrebatandome con él un pedazo de mi corazón. Lo busqué sola tocando puertas. Lo buscamos toda mi familia en el auto, recorriendo avenidas que Peluche jamás había pisado y que creíamos que desorientado tal vez estaría allí. Jamás lo encontramos. La tarde en que perdí a Peluche, también perdí mi infancia.

CUATRO, OREO.

Con Oreo, tengo la prueba irrefutable que el amor a primera vista sí existe. Aunque paresca desorbitante, lo amo profundamente que no sabría que hacer si lo pierdo ahora. A Oreo lo compré cuando no planeaba comprar nada, cuando había discutido con Luis y cuando mi papá me había advertido que no quería un miembro más en la familia. También lo compré cuando desconocía que no era apropiado comprar, si no adoptar. De la forma en que fuera, Oreo fue el primer ser de quien  me hice responsable y lo tomé como mi hijo, como si de verdad yo hubiera alimentado su fragil cuerpo y le hubiera permitido ver la luz del mundo. Cuando llegó a casa, su primera cama fue una cajita. Le tomé una foto a su primera caquita y solía hablarle de las cosas buenas de la vida y de los feliz que él sería. Cuando cumplió cuatro meses, comió un trozo pequeño de pan con veneno que mi tía había dejado atrás de la refrigeradora. Fue realmente un milagro que yo abriera la puerta de mi cuarto y lo encontrara balbuceando. Me dirigía a la ducha, no había nadie en mi casa y de no ir a mi habitación en ese momento, Oreo hubiera muerto. De sólo pensarlo, se me escarapela el cuerpo. Ahora me doy cuenta que haría cualquier cosa que fuera por salvar su vida. Con Oreo cada día es una fiesta. Cuando llego me recibe como lo harían cien niños juntos. Corre, salta, ladra. Me lame toda la cara lo cual interpreto como besos y más besos. Su mirada es lo que me recuerda que tal vez mi infancia no se fue. Tengo un deseo vehemente de protegerlo, de darle lo mejor. Lo amo más de lo que pueda expresar. Con Oreo, siento que tenemos un solo corazón y si él se va, yo me voy con él.

sábado, marzo 19, 2011

Sale el sol.



Fotos: Ysa
 
Mis ojos y pulmones se desintoxicaron por una tarde. Jamás había disfrutado de la supuesta nada cuando iba camino a algún lugar fuera de mi ciudad. Las carreteras inhóspitas y tediosas, desaparecieron. Pocas veces me detuve a observar con los ojos del corazón la naturaleza en su esplendor. Y es que me convencí que después de esas nubes oscuras, medias tenebrosas...siempre, pero siempre, sale el sol.

sábado, marzo 05, 2011

Tácito






Fotos: Ysa
                                                 

domingo, febrero 20, 2011

JUEVES.



                                                                                ***

domingo, enero 02, 2011

Pies Descalzos.

No ando descalza.

Lo detesto. Sentir que el polvo, tierra o lo que sea se introduce entre mis dedos y ensucia la planta de mis pies me enfuerece. No lo soporto.
Pero la frase me gusta;  hasta me causa felicidad. Tal vez porque me hace recordar la playa. También mi niñez. La simplicidad de todo. Sí, amo andar descalza.

Llevo estudiando Ciencias de la Comunicación tres años y no sé nada.

Aveces me pregunto qué demonios hago allí. Debería tomar el dinero de las pensiones y viajar por todo el Perú, sumergirme en la profundidad, entregarme a sus encantos; vivir.
Pero, como el papel aguanta todo, debo seguir un par de años más para ponerle un título a mis habilidades.

No tomo, no fumo; pero amo bailar. Pensé que era porque mis padres me lo habían inculcado así, pero cuando ejercí mi libre albeldrío y creí hacer un millón de cosas, al final no hice nada. Que detesto el alcohol, sí. Que me da vertigos el olor del cigarro, sí. Que me encanta bailar, mover mis brazos, mi cabeza, darme vueltas, gritar la canción; claro que sí, un millón de veces sí. Y lo mejor de todo es que me sale del corazón.

Hace mucho que no leo. Tampoco me he depilado, es que con esto del invierno la excusa era perfecta. Voy a empezar las clases de manejo; es el primer eslabón a la independencia y planeo decirle a mi padre que tengo 22 y no 14, digo, tal vez lo olvidó. Uno nunca sabe. No importa si me dice que no, mejor si me dice que sí.

***

El telefono me asustó. Las luces de mi sala están apagadas, el televisor también. Otra vez me quedé entusiasmada conmigo misma. Era Luis Alzamora, mi enamorado.
¿Ya estás lista para la playa?, me preguntó.
Sí, ya encontre mi traje de baño- le mentí.
Lo cierto es que él viene a la ciudad en dos días y planeamos playa. Ya toca. Pero no encuentro mi traje de baño. No lo busqué.

¿Qué harías si no tienes zapatos?, le pregunté
No sé, siempre tengo que tener aunque sea un parcito- me respondió.
No, pero imagina que no tienes absolutamente nada, ¿qué harías?, le dije
Andaría descalzo. Te Amo- me susurro.

Yo también Te Amo.

Me paré, bote mis sandalias caseras y empecé a caminar.