martes, diciembre 27, 2011

Muñecos de papel

Julio, 2008.

Camila caminaba apresurada hacia la heladería cuando lo vio: él estaba parado en el centro de la pileta. Era un chico. Tendría quince, dieciséis años. Tenía el pelo negro, los ojos grandes y usaba lentes. De pronto, miró fijamente a Camila por unos segundos. Confundida por aquella mirada, Camila empezó a caminar más despacio, sintió que hubo algo que la impresionó. Entonces corrió hacia la heladería y pidió lo primero que se le vino a la mente: un cono de chocolate. Luego regresó por el mismo camino que la conducía a la pileta. Llegó hasta donde estaba aquel chico y empezó a dar vueltas en su mismo sitio, caminando despacio y lamiendo su helado sin ningún apuro. Él miró a Camila y le sonrió. Ella se sintió avergonzada. Tres o cuatro minutos después decidió marcharse de allí y olvidar su corazonada. Caminó sin saber a dónde iba. De pronto, mientras caminaba, se percató que alguien estaba a su lado, muy cerca, caminando a su ritmo.
–Hola –le dijo, avergonzada.
–Hola– dijo el chico, sonriendo tímidamente.
 Tenía la voz muy suave.
– Estabas en la pileta, ¿verdad? Seguro esperabas a alguien. – le dijo Camila, sintiendo que había sido muy directa.
– En realidad, sí, pero creo que ya no importa ahora. – dijo él–. ¿Cómo te llamas?
– Camila– dijo ella–. ¿Cómo te llamas tú?

–Leonel.

–Tu nombre es de grande, pero eres muy joven para llamarte así .

Leonel sonrió. Ambos caminaban a paso lento mientras veían sus sombras reflejadas en el suelo del centro comercial.
–¿Te gustaría sentarte? – preguntó Leonel –. En la banca aquella, señalando la que estaba rodeada de flores.
–Yo sólo me siento con mis amigos –dijo Camila.
–Sí, esa es una buena respuesta –dijo Leonel.
–Además, no somos amigos.
–No te preocupes. Yo sólo quería mostrarte mis dibujos, los acabo de terminar.
Leonel bajó su mochila de los hombros y sacó tres papeles enrollados. Empezó a abrirlos sintiéndose muy orgulloso de ellos.
–En las bancas te sientas sólo con tus amigos, pero, podrías sentarte en el suelo conmigo – le dijo a Camila–. Quiero que veas un dibujo especial.
–Bueno, está bien – dijo Camila, mientras sonreía y las mejillas se le ponían color rosa.
A ella siempre le habían gustado los dibujos a mano.
Se sentaron en el suelo, cerca a una cafetería. El olor a café les agradaba.
–Este dibujo lo hice pensando en nadie – dijo Leonel, mientras le mostraba el retrato de una niña de cabellos negros, ojos pequeños y mirada lánguida.
–Cómo, quieres decir que no es ni amiga tuya, ni de una foto, ni nada –dijo Camila.
–No, ni lo uno ni lo otro.
–Y cómo la llegaste a dibujar.
–La verdad, empecé a dibujarla casi sin darme cuenta, como si hubiera estado siempre en mi memoria, como si ya la hubiera visto antes – dijo Leonel, con un brillo especial en los ojos.
Camila se había dado cuenta la muchacha del dibujo era muy parecida a ella y se sintió extraña. A ella también le brillaban los ojos y le estallaban las mejillas. No entendía por qué Leonel había dibujado a alguien tan parecida a ella. No entendía por qué justo cuando iba a la heladería tan despreocupada, tuvo que verlo y sentir esa corazonada que la llevó a sentarse en el suelo. No entendía a toda esa gente que le había dicho que el amor a primera vista no existe.
–Camila, no quería incomodarte con esto– dijo Leonel, sintiéndose culpable de la mirada perdida de ella.
–Sólo quería enseñarte el dibujo y de alguna manera entenderlo.
Ahora Leonel se sentía extraño. Nervioso. Hablaba tartamudeando algunas palabras. Estaba seguro que la muchacha de su dibujo era Camila. Estaba seguro que el amor a primera vista sí existe.
Aquella noche, Camila no pudo dormir. Se levantó de la cama descalza. Se tocó las mejillas. Se dirigió al espejo de su tocador. Se vio fijamente a los ojos, luego los cerró suavemente tratando de buscar a Leonel. Entonces sonrió pensando en que tal vez él la estaría dibujando.

viernes, diciembre 23, 2011

Confesiones de invierno



Desde entonces tengo su imagen en mis pupilas dilatadas. Desde que se acercó tímidamente a darme un beso en la boca. Yo sentía miedo de él, de su boca y de sus besos; sumergirme en sus labios, nadar en sus adentros. Aquella noche corría vientos que golpeaban con desdén mi sentido de culpa. Él también lo hacía quizá sin darse cuenta, no entendía por qué lo rechazaba; yo tampoco. Se acercó más de una vez pero siempre adelanté mis manos en su pecho. En el último intento, me tomó las manos y me abrazó suavemente recostando su cabeza en mi hombro. Los transeúntes curiosos nos miraban sorprendidos mientras nos reíamos de nosotros mismos.

***
Mientras lamía el chocolate de mis dedos, me preguntaba qué estaría haciendo él. No lo veía desde aquel otoño taciturno, perfecto escenario que había resultado de nuestras peleas. Habíamos aprendido a contar cada uno de nuestros defectos. Lo condenaba a escucharme. Luego me invadía el miedo. De no poder detener mi lista de expectativas y desengaños, de comparaciones. Miedo de su corazón herido. Mientras seguía relamiendo mis dedos sin chocolate, me di cuenta que en realidad tenía miedo del tiempo y la distancia.

***
Lloramos mucho aquella noche. Sentados en el suelo, con las manos entrelazadas y los corazones ansiosos. Lloramos de felicidad. De Amor. Nos abrazamos el alma de tal manera que nuestros cuerpos llegaron a estorbar. Desde la ventana veía el mar puro con aguas sosegadas y luces amarillas alrededor, probablemente eran las hadas. Probablemente era la magia. Probablemente eran sus besos.

***

Prometimos pasar ése verano juntos, pero aquella tarde la promesa de cristal se rompió resonando una y otra vez en mis oídos. Su papá lo había llamado diciéndole «tienes que volver a más tardar mañana mismo». Le dije que no lo necesitaba. Intentó calmarme. No lo escuché. Colgué el teléfono y me acerqué a la ventana grande de mi sala. Miré el cielo despejado. Rompí la carta que me había escrito aquella tarde y la lanzé al viento. Luego me puse a llorar.

miércoles, diciembre 21, 2011

BIENVENIDOS

De noche es mejor. Mi vida noctámbula empezó hace algunos años, cuando se fue la luz en mi casa. Sentí desesperación, deseos de llorar, de salir. No me había sucedido antes. Así que para tranquilizarme mis padres se quedaron conmigo esa noche, en mi cama. La sorpresa fue que no lograron ni tranquilizarme, ni que me duerma. Ellos se durmieron. Ya no importaba en ese momento, su presencia me bastaba. Me di fuerzas. Así que decidí buscar un punto en la oscuridad y entretenerme hasta que mis ojos empezaran a parpadear más lento. Buscando aquel punto empecé a recordar momentos de aquel día, palabras que no debí decir, cosas que tenía que hacer. Situaciones felices. Bochornosas. Épocas escolares. Empecé, sin proponérmelo, a contarme mis días. Mientras lo hacía, me reía de cada cosa que me había sucedido, lo disfrutaba; en mitad de la algarabía de mis recuerdos convertidos en personas, me quedé dormida. Sosegada. Feliz.

De noche es mejor porque me siento lúcida. Natural. Porque puedo lanzar suspiros de desencanto. Porque me infunde valor para golpear con palabras. Porque el tiempo de noche es más fugaz y ya no camino, corro. Porque puedo amar libremente. Porque encuentro sosiego. Porque voy desnuda y descalza. Y así soy feliz.

***

La idea ya me iba rondando, así que ésta noche decidí volver. Abrí éste blog con el sincero propósito de escribir y fotografiar; como la mayoría de personas que abren uno, para hacerlo mi diario personal. Lamentablemente las responsabilidades universitarias tuvieron todo mi tiempo. Es gracioso escribir 'responsabilidades' porque jamás las he cumplido. Pero ése es otro tema. Ahora, ya de vacaciones, estoy haciendo las pases con un gran amigo al cual abandoné y al que pienso retribuirle dedicándole mis noches: mi querido blog.
Éste es un espacio en donde escribo y cuento. Donde comparto y donde me gusta que compartan. Disfruto leer lo que otros escriben y es halagador recibir cualquier sugerencia respetuosa. Estoy feliz como una lombríz. Éste es mi primer borrador, y espero que les haga reír, mucho.