viernes, diciembre 23, 2011

Confesiones de invierno



Desde entonces tengo su imagen en mis pupilas dilatadas. Desde que se acercó tímidamente a darme un beso en la boca. Yo sentía miedo de él, de su boca y de sus besos; sumergirme en sus labios, nadar en sus adentros. Aquella noche corría vientos que golpeaban con desdén mi sentido de culpa. Él también lo hacía quizá sin darse cuenta, no entendía por qué lo rechazaba; yo tampoco. Se acercó más de una vez pero siempre adelanté mis manos en su pecho. En el último intento, me tomó las manos y me abrazó suavemente recostando su cabeza en mi hombro. Los transeúntes curiosos nos miraban sorprendidos mientras nos reíamos de nosotros mismos.

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Mientras lamía el chocolate de mis dedos, me preguntaba qué estaría haciendo él. No lo veía desde aquel otoño taciturno, perfecto escenario que había resultado de nuestras peleas. Habíamos aprendido a contar cada uno de nuestros defectos. Lo condenaba a escucharme. Luego me invadía el miedo. De no poder detener mi lista de expectativas y desengaños, de comparaciones. Miedo de su corazón herido. Mientras seguía relamiendo mis dedos sin chocolate, me di cuenta que en realidad tenía miedo del tiempo y la distancia.

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Lloramos mucho aquella noche. Sentados en el suelo, con las manos entrelazadas y los corazones ansiosos. Lloramos de felicidad. De Amor. Nos abrazamos el alma de tal manera que nuestros cuerpos llegaron a estorbar. Desde la ventana veía el mar puro con aguas sosegadas y luces amarillas alrededor, probablemente eran las hadas. Probablemente era la magia. Probablemente eran sus besos.

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Prometimos pasar ése verano juntos, pero aquella tarde la promesa de cristal se rompió resonando una y otra vez en mis oídos. Su papá lo había llamado diciéndole «tienes que volver a más tardar mañana mismo». Le dije que no lo necesitaba. Intentó calmarme. No lo escuché. Colgué el teléfono y me acerqué a la ventana grande de mi sala. Miré el cielo despejado. Rompí la carta que me había escrito aquella tarde y la lanzé al viento. Luego me puse a llorar.

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