Cuando Camila sintió una mano grande deslizarse por su ropa
interior, tuvo la poderosa sospecha de
que la vida no era tan perfecta como sus padres le habían hecho creer. Aquella
mañana neblinosa, cuando sintió la mano debajo de su ropa interior, conoció en
su pequeño y frágil cuerpo la miseria humana.
Camila tenía siete o tal vez ocho años cuando su tía y su
esposo visitaban su casa cada cierto tiempo. Llegaban y se alojaban en el
cuarto de visitas, frente al cuarto de ella. Se quedaban tres, cuatro días.
Esos días eran bastante divertidos para Camila. Escuchaba más risas de lo
habitual, veía a su padre con el rostro contento por tener a su hermana en
casa, y no tenía que ir a la cama tan temprano. Sus tíos resultaban
moderadamente agradables, hasta ese día en que ocurrió la primera desgracia en
la vida de Camila.
Camila siempre dormía en ropa interior y con un bivirí que le
llegaba a la altura del ombligo. Le gustaba sentir en su piel el frío y la
suavidad de su sábana rosada, estampada con la imagen de la muñeca Barbie.
Luego el leve calorcito cuando frotaba ambas piernas, encorvando su cuerpo
ligeramente. Su madre intentaba persuadirla pero Camila había desarrollado una
capacidad de decisión sorprendente para una niña de su edad. Capacidad que, sin preverlo, iba
educando y refinando cada vez que su madre u otro individuo, en diferente
situación, intentaba persuadirla. No era una niña necia, si no inteligente al
exponer los motivos que la conducían a tomar sus decisiones. Aquella noche, como
todas las noches, Camila durmió solo con ropa interior.
Camila dormía plácida. Soñaba con una gran multitud que coreaba
su nombre mientras ella cantaba y tocaba la guitarra sobre un escenario con
luces en el suelo que la iluminaban solo a ella. El cielo está cansado ya de ver la lluvia caer y cada día que pasa es
uno más parecido ayer, cantaba Camila cuando sintió una mano tocarle el
trasero. La mano empezó a levantar su ropa interior dejando al descubierto su piel.
Entonces la mano empezó a darle caricias en forma circular. Por un momento Camila
pensó que su sueño se había trasladado a otro espacio y que habría una
prolongación que le daría una explicación a lo que estaba sintiendo. Las
caricias en forma circular continuaron.
Camila supuso que había mojado la cama, hábito que había desarraigado
con plena decisión hace varios meses, pero que en ese momento era considerada
una probabilidad. Pensó que la mano que la acariciaba podría ser de su madre.
Pues nunca nadie, además de ella, la había tocado ahí. Tal vez mi mamá está intentando cambiarme de ropa interior porque me
oriné, pensó. Sin embargo, las caricias a las que estaba siendo sometida le
resultaban desproporcionadas, desagradables. La mano grande y áspera empezó a
acariciarla con más rapidez para luego darle suaves palmadas que iban
aumentando en intensidad. La situación le resultó nauseabunda. Definitivamente
no era su madre. Escuchó una respiración agitada. Unos menudos gemidos. La mano
abyecta explorando su trasero. Camila se sintió desdichada, confundida,
vulnerable, tendida de costado en su cama, con la sábana rosada en los tobillos y los ojos clavados en el cielo, cielo
nublado que se dejaba ver desde su ventana. Aunque intentó buscar explicaciones
a lo que estaba pasando, Camila supo, desde el instante en que sintió la mano
en su trasero, que todo había cambiado para siempre.
Cuando se lo contó a sus padres, Camila parecía estar
tranquila. Pero algo se había destruido en ella. Esa sensación, la de la mano
tocando, manoseando, explorando su trasero, quedó grabada en su piel como una
cicatriz que le provocaba a un tiempo dolor y vergüenza. No recuerda qué pasó
luego. No recuerda a sus padres dándole una explicación. No recuerda un solo
consuelo.
Solo recuerda que al mes siguiente, sus tíos llegaron a su
casa y se alojaron en el cuarto de visitas. Se escuchaban risas y la cara del
padre de Camila seguía con la misma expresión de alegría.
Camila llegó a la razonable conclusión de que sus padres no
podían ayudarla y llegó también a la temeraria certeza de que algún día le
produciría dolor al que la sometió a esos inmundos tocamientos. Con suerte, algún día te dolerá, pensaba
Camila, sabiendo que ese día era lejano, lejano pero ineludible. Así lo
decidió.
Excelente Ysabel. No dejes que el tiempo te impida escribir. Continúa practicando. Talento tienes.
ResponderEliminarF.